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Vacunas vip y el violento oficio de vivir sin héroes

“Vivimos en un país en el que un ministro dilapida en una semana 45 años de compromiso sanitarista; donde un referente periodístico hace uso espurio -y antipopular- de su lugar de poder; donde tuiteros y medios no distinguen secretaría de secretaria”, escribe Santiago Rey para Cosecha Roja.

Certeza uno: Ginés González García ha sido uno de los más importantes sanitaristas del país y sus políticas y convicciones permitieron, por caso, el acceso a los medicamentos genéricos; y colaboraron, también, a que finalmente el aborto sea legal en la Argentina.

Certeza dos: Horacio Verbitsky ha sido uno de los periodistas más importantes de la Argentina. La enumeración del porqué de esa referencia viene después.

Certeza tres: todo lo que hicieron González García y Verbitsky en relación a lo que hashgtagearon los medios de la impunidad como “Vacunatorio VIP”, está mal. Muy mal. Privilegio de poderoso. Y además: hombres, varones, maduros, usufructuando el poder. Un clásico.

Pequeño desgarramiento tardío: Ya no hay ingenuidad. El recorrido de periodistas y medios -acaso el propio también- desde la segunda mitad de los ochenta hasta hoy rasgó las certidumbres sobre el rol emancipador del periodismo en la construcción de sentido.

La cuestión no es personal. Es generacional. Una generación de periodistas, llegados a las redacciones y los estudios de radio durante los últimos ochenta y principios de los noventa vio en Verbitsky una referencia ineludible. Pibxs, acaso con embrionaria militancia en el secundario o la facu, en la JP, la Fede, el MAS, el PI, la Franja que leyeron en minúsculos estudios de radios clandestinas y comunitarias los textos que publicaba el Perro.

La culpa de no haber nacido diez años antes para poner la convicción, el intelecto, la pluma y acaso el cuerpo en la lucha contra la dictadura, construyó también nuestra mirada hacia periodistas que denunciaron, que se la jugaron, que vieron caer amigos, parejas, compañeros y compañeras; sobrevivientes. Eran tipos y minas, que en definitiva se sobrepusieron, y en la naciente democracia supieron sostener algunos de los valores que los había llevado a ser perseguidos durante el gobierno de los milicos.

Verbitsky no fue el único, claro -Radio Belgrano o Belgrado, el diario SUR, Sin Anestesia, el propio Página, Bayer y muchos etcéteras-. Pero la política argentina pos dictadura, las tibiezas del alfonsinismo, las obscenidades del menemismo, lo encontraron siempre bajo las luces de la denuncia, del protagonismo, de la investigación. Sus dobles páginas rebosantes de datos en Página/12; sus incursiones televisivas con Lanata cuando, como bien dice en el libro de Eduardo Emilio Minutella, María Noel Álvarez “Progresistas fuimos todos” pero en la pantalla aún mandaban las esquirlas de los Tiempo Nuevo y Hora Clave; sus libros sobre la corrupción, la Iglesia Católica, la confesión de Scilingo, Ezeiza; sus permanentes referencias a Walsh y demás íconos del periodismo al servicio de una lucha contra la dictadura.

No hay ingenuidad. Hace rato nuestra generación periodística no cree en los héroes -ey, hola posmodernidad-, pero huérfana de épica -la lucha contra la dictadura se que la quedó toda- durante la segunda mitad de los ochenta husmeó intuitivamente y con lógica encontró en Verbitsky un palenque donde rascarse, hasta desprenderse de las incertidumbres, la anomia del fin de la primavera alfonsinista.

Desacralizaciones necesarias: Muchos de quienes hoy critican a Verbistky aspiran al púlpito moral que hasta hace algunas horas ocupaba –para varios, no todos–. Quieren esa chapa, aupados en la falta de referencias, en la madurez a trompicones del periodismo que soñó -¿sueña?- transformar el mundo, alejado de los intereses de los poderes fácticos.

La desacralización -política, periodística- es dura y compleja, en tanto humana. Dolor de crecimiento de la sociedad, generacional, y personal.

Vivimos en un país en el que los horadantes sistemáticos de la salud pública fingen escandalizarse por las vacunas para pocos; donde un ministro dilapida en una semana 45 años de compromiso sanitarista; donde un referente periodístico hace uso espurio -y antipopular- de su lugar de poder; donde tuiteros y medios no distinguen -sin quererlo o adrede- secretaría de secretaria. En ese país no hay lugar para héroes. Ni para generaciones ingenuas.

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