Esta historia cuenta el pedido de uno de esos pequeños torturados, que a la fecha, continúa buscando desesperadamente un gesto de arrepentimiento por parte del Estado.
Desde 2019, Pedro Salva, ha estado clamando por un pedido de disculpas, ante la Justicia, ansioso por recibir alguna señal de que la injusticia que sufrió junto a otros cinco niños en esta capital en 1976 no será pasada por alto.
Los menores de edad, jugaban a metros de sus hogares el 18 de julio de 1981, alrededor de las siete y media de la tarde cuando fueron rodeados y secuestrados en barrio Hernando de Lerma por el ex Comisario y ex Jefe de Policía Gabriel Giménez, años más tarde, el uniformado alegó que “para él, estos pequeños eran supuestos terroristas y responsables de generar el terror en la provincia”.
Lo que pasaron estas víctimas durante 10 días marcaría sus vidas para siempre: En esa comisaría fueron azotados durante veinte minutos. Ahí supieron que los acusaban por la quema de varios coches, ninguno de ellos podía confesar el hecho, porque lo desconocían, como bien sabían sus torturadores.
Al cabo de treinta minutos del rapto, los llevaron a la Brigada de Investigaciones, dónde estuvieron detenidos diez días, y también fueron torturados. El primer día Pedro, que entonces tenía 9 años, fue llevado en andas por un policía a un baño donde lo sometieron a torturas, hundieron su cabeza en un balde con agua fría ahogándolo. Los siguientes días fueron sometidos a simulacros de fusilamiento, los ponían contra la pared y les gatillaban armas. También, entre otros vejámenes que la memoria de cada uno va trayendo para completar el relato, los sometían a la tortura que llamaban “buscar petróleo“, los obligaban a andar en cuclillas y comer tierra.
El segundo día se les sumó José, entonces de 12 años, detenido fuera del comercio donde ayudaba a su tío. También José fue golpeado y torturado y también estuvo en la Brigada.
La crueldad de policías y operadores del sistema judicial, como el entonces juez Fernando Marinaro, no concluyó ahí. Tras violentarlos de todas las formas posibles, los institucionalizaron derivándolos a distintos centros de menores: Omar Ricardo Subia, el más pequeño, de solo ocho años de edad, fue enviado a un Instituto de Menores Cerrillos; Pablo Andrés Gramaglia y Pedro Román Salva, ambos de nueve años, fueron a otro de La Merced, mientras que los mayores, Hugo José López, de 11 años, y Félix Nicolás Salva, de 12 años, fueron internados en San Lorenzo. Y tiempo después, cuando lograron salir, quedaron, como pasó con Pedro y su hermano Félix, en libertad condicional, por las mañanas debían asistir a una guadería y por la tarde a clases, y todas los meses debían entregar en la Jefatura de Policía las certificaciones que lo demostraran.
Pasaron las décadas y Pedro, a pesar de haber presentado una denuncia formal, su exigencia de una disculpa pública por parte de la Policía de Salta sigue sin respuesta.
El escalofriante relato de Salva y sus compañeros, Félix, Hugo, Omar, Pablo y José, revela la brutalidad infligida por las autoridades policiales de la provincia.
Detenidos a una edad temprana y sometidos a torturas inhumanas, incluyendo simulacros de fusilamiento y el infame “submarino“, estos niños fueron víctimas de un sistema que debería haberlos protegido.
A pesar de que la Justicia Federal reconoció estos crímenes como delitos de lesa humanidad en 2019, su divulgación reciente se debe a la incansable búsqueda de justicia de Pedro Salva.
Su perseverancia ha llevado a algunos avances, como la imputación de policías responsables de las torturas, pero la falta de capacidad para enfrentar el juicio ha dejado el proceso estancado.
La historia de estas personas es un sombrío recordatorio de los horrores vividos durante la última dictadura cívico-militar en Argentina.
A pesar de las décadas transcurridas, su sufrimiento continúa, marcando cada día de sus vidas.
El Estado hasta el momento, no reconoció su responsabilidad y ni emprendió acciones concretas para reparar el daño causado a estas víctimas inocentes.
La lucha de Pedro Salva no solo es por él y sus compañeros, sino por todas las víctimas del pasado oscuro de Argentina.
La historia de Pedro y sus compañeros no debe ser olvidada ni pasada por alto. Es una historia que merece ser contada y recordada para siempre.