•Por: Rita C.
En el tejido social de hoy, el individualismo ha emergido como una especie de religión moderna, un credo que se ha fortalecido gracias al avance tecnológico y a la búsqueda constante de un confort cada vez más ostentoso. Esta tendencia ha desencadenado una profunda fractura entre aquellos capaces de cumplir con estándares consumistas elevados y aquellos que no, generando una falta de empatía y justificando la aporofobia.
En medio de este paisaje, la sociedad ha descuidado la importancia del crecimiento interior y la solidaridad social. Nos hemos volcado hacia nuestras necesidades y deseos personales, sin considerar el impacto de nuestras acciones en los demás. Esta carencia de empatía ha forjado una sociedad individualista, donde cada individuo busca su propio beneficio sin contemplar las consecuencias para los demás.
El progreso tecnológico ha alimentado esta mentalidad al proporcionarnos comodidades que fomentan la vida aislada. Aunque las redes sociales nos conectan globalmente, simultáneamente nos alejan de las relaciones personales, sumiéndonos en una dependencia tecnológica. En lugar de buscar contactos humanos reales, nos conformamos con interacciones virtuales, conduciéndonos hacia mayor desconexión y aislamiento.
Esta perspectiva individualista se manifiesta también en la obsesión por acumular bienes materiales y superficiales. La sociedad se ha vuelto adicta al consumismo, convencida de que la felicidad y el éxito radican en la posesión constante. Sin embargo, esta búsqueda desenfrenada solo conduce a una insatisfacción perpetua y un vacío existencial.
Para revertir esta tendencia, es imperativo enfrentarnos a realidades distintas a las nuestras. Debemos abandonar la zona de confort y abrirnos a nuevas experiencias y perspectivas. La interacción con personas de diversas culturas y clases sociales puede nutrir nuestra empatía y comprensión.
Además, es crucial cultivar nuestro ser interior y equilibrar nuestras necesidades individuales con las de la comunidad.
Recordemos que somos seres sociales y que la verdadera felicidad no reside en la acumulación material, sino en nuestras relaciones y en nuestra capacidad de ayudar a los demás.
En esta encrucijada, el desafío es claro: abrazar una sociedad más humana y menos competitiva.