Sociedad

La rebelión de detenerse: Una búsqueda de sentido

  • Por: Rita Caliva

¿Por qué hablamos del sentido en la vida? ¿Acaso no es suficiente con respirar y existir? La respuesta, aunque pueda parecer desalentadora, es un rotundo no.

El ser humano no es únicamente un organismo biológico que consume oxígeno. Es una criatura de símbolos, de sueños, de interrogantes. Desde tiempos inmemoriales, hemos buscado algo más allá de la mera supervivencia: un propósito, una razón para soportar el dolor y atravesar la incertidumbre.

El psicólogo y neurólogo Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto, escribió que “el ser humano está dispuesto a soportar cualquier cómo si tiene un porqué”. Pero, ¿dónde se encuentra ese “porqué” hoy?

Vivimos en una era donde el tiempo se ha vuelto mercancía y el silencio, un lujo. La velocidad lo ha contaminado todo. Nuestra existencia ha sido reemplazada por una sucesión interminable de estímulos, notificaciones y comparaciones. Lo que antes nos sumergía en la melancolía o el placer —una conversación íntima, una caricia, una tarde contemplativa— ha sido sustituido por un vértigo constante que no permite detenernos a sentir.

Byung-Chul Han, filósofo surcoreano-alemán, advierte que hemos pasado de una sociedad disciplinaria a una sociedad del rendimiento: ya no tenemos un amo externo que nos imponga normas, sino que nosotros mismos nos explotamos en busca de logros y validación.

En este supermercado de la vida, todo se vende, pero nada nos nutre realmente.

Familia, carreras brillantes, placeres materiales y experiencias coleccionables parecen prometer sentido, pero sólo ofrecen distracción momentánea. Lo efímero se disfraza de plenitud.

Las redes sociales han ocupado el espacio del espejo existencial. Medimos nuestro valor en función de los “me gusta”, y reducimos los vínculos a interacciones vacías. La conexión humana, auténtica y profunda, se ve eclipsada por la imagen que proyectamos.
Las religiones, que antes ofrecían un marco sólido de significado, han quedado reducidas muchas veces a símbolos decorativos o rituales vacíos. El dinero, que alguna vez fue un medio, se ha convertido en fin. Pero ni las velas ni las cifras iluminan nuestras almas.

No todo está perdido. Si algo nos enseña la historia del pensamiento es que las crisis existenciales pueden dar paso a renacimientos espirituales. La clave puede estar en detenernos, despojarnos de lo superfluo, y volver a habitar el presente con profundidad.

La búsqueda de sentido no es una receta, sino un acto personal, íntimo y muchas veces silencioso. Puede estar en una causa que nos trascienda, en la entrega a otro ser humano, en el arte, en la espiritualidad, en el compromiso ético.
Tal vez no se trata de “encontrar” el sentido, sino de construirlo paso a paso, con pequeñas acciones que nos conecten con lo verdadero, con lo humano.

La pregunta final no es si el sentido está ahí afuera, esperando ser descubierto, sino si estamos dispuestos a dejar de correr y empezar a mirar hacia dentro.

No estamos condenados a una existencia vacía. Pero para redescubrir el sentido, debemos recuperar lo que la modernidad ha puesto en riesgo: la capacidad de sentir, de reflexionar, de detenernos, de amar sin filtros ni algoritmos.

Tal vez, en un mundo lleno de ruido, buscar el sentido sea un acto revolucionario.

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