Momento Literario

PRIMAVERA PORTEÑA (O ÉCHALE LA CULPA A RÍO)

•Por: Quil Dick

Acorde, meu amor, te fiz um café para voce. Cuando Ximona abrió los ojos, su delirio todavía estaba ahí. No era un sueño. También estaba Ella en esa cama excesiva a la que había llegado en avión, sin escala, a un Río de Janeiro que (en el mismo día de su cumpleaños veintiocho) celebraba el tetra campeonato mundial do Brazil. Cidade Maravilhosa. Ximona sintió el aroma a café y la calidez del abrazo mientras se esforzaba en recordar el nombre del Hombre.

Una voz del otro lado de la habitación la auxilió a tiempo. El sonido perfecto de ambos nombres la sorprendió. 

Chico, Ximona, algo tremendo aconteceu em Buenos Aires. Vamos. Tens de ver. 

Las imágenes en la televisión descomunal abrieron sus ojos como trompada. Olvidó pestañear. Las diez, doce, quince personas que estaban en la casa dejaron de observar la caja maldita para compartir su pena en un mismo gesto. Ximona sintió el calor firme de Chico en su espalda y se dejó sostener. 

Era 18 de julio de 1994, eran cerca de las 11 de  la mañana, era en Río de Janeiro, y todo se volvió Buenos Aires, sin viceversa. Gritos, camillas, cuerpos, derrumbes, y más gritos. El portugués de la voz en off aumentaba la confusión de Ximona. 

Ataque a bomba na Argentina: Atentado em um centro comunitário judeu, a Associação Mutual Israelita-Argentina, Amia 

Las palabras retumbaron en su cuerpo, y Ximona despertó del sueño y se hundió en la pesadilla sin transbordo. El clima precipitó cualquier pronóstico. Chico le acercó un teléfono.  

Ligue agora, meu garota. Assim que vocé terminar, vamos para o aeroporto.

Huérfana política hacía más de una década, Ximona empezó por la casa de sus padres. Recordaba el número de memoria aún tras años sin llamar. Su padre le había regalado el viaje a Rio y se lo había enviado con una postal del barrio de Belgrano. La ironía mordaz era marca de familia. Ximona no lo había llamado ni para darle las gracias. 

— ¿Hija, dónde estás? Llamamos al hotel, no te encontraron en tu habitación.  

–Estoy con unos amigos, en una casa bajando el morro. Estoy bien. ¿Qué pasó? ¿Cómo están ustedes? 

La voz clara de su padre entró en un túnel, el relato se amplificó en un eco de palabras que la golpearon como mazazo. Muertos, heridos, bomba, ataque, terrorismo, horror, gritos, llanto, explosión, rescates, pérdidas, vidas, escombros, un edificio, sangre, cuerpos. Hay cadáveres. Ay, cádaveres. 

En lo preciso de esta ausencia, en lo que raya esa palabra, en su divina presencia, Comandante, en su raya, hay cadáveres. 

En el horizonte de un ventanal de ensueño, la Ilha Grande laobservaba impávida. ¿Cómo harían sus ojos para soportar ahoratanta belleza?

— Nosotros nos quedamos aquí, hija. Vos esperá. No vuelvas ahora, por favor, haceme caso una vez en tu vida y oíme bien lo que voy a decirte. Vos te quedás en Río. Salí a ver el mar, andá a navegar con Chico, recorré las islas. Volvés a la tarde y me llamás. 

— ¿Conocés a Chico?

— No lo conozco. El recepcionista del hotel me dijo que te vieron con él. Eu não falo português, minha filha. Otra cosa más. No te olvides que al Diego le metieron la fafafa. Hablamos más tarde. 

Y le cortó sin saludar. Cabrón, pensó Ximona, mientras un calambre de contradicciones se le instaló en el pecho y supo que ahí se quedaría por un tiempo. 

Chico le tomó la mano, Ximona le devolvió el teléfono y le sonrió con ternura. Sus ojos se detuvieron en la pantalla. Una ninfa de Iphanema le mostró sus nalgas firmes y tostadas mientras se agachaba para apagar el aparato infernal.  Ximona sintió un escalofrío y recordó que ella también estaba desnuda. En un rincón del living, dos gladiadores africanos tomaron unas guitarras para dedicarles una canción. 

Cansado de correr, Na direção contrária, Sem pódio de chegada ou beijo de namorada, Eu sou mais um car, Mas se você achar, Que eu ‘to derrotado, Saiba que ainda estão rolando os dados Porque o tempo, o tempo não para, Dias sim, dias não, Eu vou sobrevivendo sem um arranhão, Da caridade de quem me detesta, A tua piscina ‘tá cheia de ratos, Tuas ideias não correspondem aos fatos, O tempo não para, Eu vejo o futuro repetir o passado, Eu vejo um museu de grandes novidades, O tempo não para.

What do I do now?, lanzó Ximona al Universo, en un inglés premeditado para apagar su fuego. Let’s dress and have breakfast, le respondió el Hombre a su lado con acento y aliento a café. Ximona lo siguió, y recién entonces pudo retomar el hilo de la noche anterior cuando Chico le confesaba sus fábulas de enamorado errante, hijo bastardo de millonario carioca, simpatizante del Botafogo, ferviente admirador de Maradona,denostador de Havelange, votante histórico de un tal Lula, ahijado político de refugiados epicureístas y apasionado deLisistrata.

A Ximona todo le resultaba exuberante. Quizá era Río, los moros, las islas y ese clima primaveral en pleno julio. Chico,jogó bonito. Él también le siguió el juego con maestría, expresó especial interés por sus ínfulas de niña mimada, delirio deEmma Peel, amante de Twain, Orwell, Prouhdon y Jorge Donn, burlona de la liberación flower power, mojigata por diversiónpolítica, enamorada eterna de Guevara y Espartaco, y abstemia por intuición. 

Empataron por goleada. Y se dieron la revancha a gol de oro. Petit mort. 

Un escenario de trescientas sesenta y cinco islas les dio el silencio necesario, algunas de ellas tenían dueños; Joao, Ayrton, Xuxa, Ronaldo, Caras, y otros que Ximona desconocía y Chicomencionaba con cercanía y desdén. 

— La casa de mi familia fue de las primeras en esta playa ahora privada. Le pusieron rejas. ¡Rejas! Mi abuelo construyó esa posadita junto al mar. La leyenda familiar dice que el pueblo portuario creció mucho a fuerza de huelgas patronales, persecuciones y fugas. Trabajadores portuarios, pescadores, peregrinos y rateros se venían a esta playa escondida en busca de un horizonte nuevo.

Ximona le creyó otra vez. La historia le gustaba y no le interesóindagar de Verdad. ¿Para qué? Su prosa carioca la atrapó, intercalando inglés, español y portugués con facilidad. Ximona lo escuchaba, y de a ratos, lloraba. Chico la abrazó y le suspiró

menina do meu coracao

a minha menina

o Sol dourado apareceu 

pois ela é minha menina

Y en un susurró Chico logró lo que su padre no hubiera logrado con horas de sermón. Ximona extendió su estadía en Río. El pasaje de regreso a Buenos Aires quedó abierto. El plan  convertibilidad, que había acercado a la porteña a Río de Janeiro aun contra su Voluntad, le dejó el destino sellado en el pasaporte. Y fue el abrazo abrigado de Chico (que llegó para sostenerla a tiempo mientras Ximona lloraba Buenos Aires y se armaba algún futuro en la praya mais badalada) lo que le dio fin al capítulo tanguero con Astor. Eran tiempos de aprender a bailar bossa, dejarse llevar y mirar hacia adelante. 

Artículos Relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver al botón superior