
Su partida enluta al fútbol argentino y deja un vacío imposible de llenar: se fue no solo un arquero legendario, sino una personalidad irrepetible, un artista del arco, un rebelde del fútbol que cambió para siempre la manera de atajar.
Hugo Orlando Gatti murió este domingo a los 80 años, tras más de dos meses en terapia intensiva.
“El Loco”, como lo bautizó la tribuna, falleció en el Hospital Pirovano luego de una dura internación por un cuadro de neumonía que se agravó tras una operación de cadera a la que fue sometido hace menos de un mes.
El accidente ocurrió mientras paseaba a su perro, una rutina cotidiana que terminó marcando el principio del adiós. La infección ingresó por la herida quirúrgica y desencadenó un cuadro respiratorio agudo que su cuerpo ya no pudo soportar.
Ante un estado de salud irreversible, su familia tomó la dolorosa decisión de quitarle el respirador.
La noticia golpeó con fuerza no solo en Boca Juniors —club con el que disputó 417 partidos, más que ningún otro arquero—, sino en todo el país futbolero.
Fue campeón de América y del mundo con el Xeneize, ganó títulos inolvidables como los Metropolitanos del ’76 y del ’81, pero más allá de los trofeos, lo que hizo eterno a Gatti fue su estilo: audaz, provocador, único.
Creador de la atajada que él mismo bautizó “la de Dios”, salía a achicar de rodillas, con el pecho al frente y los brazos abiertos, como un guerrero sin miedo.
Su historia es la de un hombre que vivió sin pedir permiso. Atajó para River, Boca, Atlanta, Unión y Gimnasia. Fue parte de la Selección Argentina en el Mundial de Inglaterra 1966 y en la Copa América de 1975.
Pero su leyenda creció sobre todo por su actitud: se adelantó a su tiempo jugando con los pies, arriesgando como pocos, revolucionando el puesto de arquero mucho antes de que eso se volviera una moda.
A lo largo de su carrera, acumuló 765 partidos en la Primera División —récord absoluto— y atajó 26 penales, igualando la marca de otro coloso como Ubaldo “Pato” Fillol. Colgó los guantes a los 44 años, como quien se resiste a dejar el escenario, porque lo suyo no era solo defender el arco: era ofrecer un espectáculo.
Lo demostró incluso fuera de la cancha, como panelista en el popular programa español El Chiringuito, donde su estilo verborrágico y pasional volvió a conquistar al público.
Desde Carlos Tejedor, su pueblo natal en la provincia de Buenos Aires, hasta cada rincón donde se respira fútbol, hoy lo despiden con lágrimas y aplausos. Porque a Gatti se lo admiraba o se lo discutía, pero jamás se lo ignoraba.
Fue auténtico hasta el último día, incluso durante la pandemia, cuando enfrentó una neumonía bilateral en Madrid y volvió para contarlo.
Hoy el fútbol llora a uno de sus grandes. A un loco genial que hizo del arco un arte. A un tipo que, como pocos, convirtió su vida en una leyenda.
Hugo Gatti no ataja más, pero seguirá volando en la memoria del pueblo.