Momento Literario

EL CHABÓN DE LA CAMISA BATIK

•Por: “Quil Dick”

Pero mejor lo llamaría el yonqui de zapas y riñonera. Es verdad, los expertos en adicciones y consumos problemáticos cuestionarían la categoría por es-tig-ma-ti-zan-te, argumentando que un yonki es un sujeto víctima del sistema, que en su melancolía errante o vacío existencial recurre al consumo de ardores o sustancias como un modo de aliviar el dolor de estar vivo, de escapar a la realidad, de saberse perro y querer ser mariposa, de caretearla sin necesidad de estar careta.

Cada generación aporta los suyos, afirman estudios de la beatnik generation; y la nuestra los tiene de los más variados. Sustancias, sexo, trabajo, juego, pantallas, azúcares, carbohidratos, agrotóxicos, amor, desamor, exposición, sufrimiento; cualquier cosa se presta al desarrollo de una adicción. Los profesionales y expertos ya ni siquiera nos llaman pacientes. Cuando ingresamos en sus unidades de prevención, nos advierten que tampoco estamos internados y que ellos no son responsables de recuperar a nadie. Si tenés la suerte de llegar ahí, con tu cuerpo hambriento y veloz, ahora ingresás como usuario, y ellos son tus facilitadores. Sí, bro’, leíste bien, users y dealers del sistema de salud, makes sense. Y su tarea no es curarnos, sino acompañarnos en el padecimiento, comprender nuestro malestar por ser aquí y ahora, y sostenernos la vela de abstinencias, incontinencias, desbordes, brotes, fatalidades por existir.

What a falopa culture indeed?! Pero mi yonki de zapas y remeras tiene otro charm, papá, otros rebusques, otro deal. Nacido en estas playas de inmigrantes, hippies y gauchos, su yeite no es ni el consumo ni el menudeo de sustancias y actividades recreativas para el turismo. Este yonki hippie-skater es un romántico, y su perdición es la poesía.

Vamos, ¿ahora me vas a decir que nunca caíste en la trampa de alguno? ¿A vos no se te instaló uno en tu cama, empezó leyéndote a Lorca y un día no sabías cómo darle el olivo y terminaste durmiendo en el sillón? Vamos, compañera, que a naides nos clavan las guampas en la víspera.

¿Quién no los ha visto hoy en estas playas de rescaca beat sudaca? ¡Ay, cuando aparezca nuestra Kate Millet a analizar la sexual politic de este arrabal costero! Y cuántos ya le temen a la Simona del barrio norte próxima a publicar su autobiografía La Femme Partidee. Si no hay gauchito ni gil al que no se le moje la bombacha cuando escucha el rumor de que una tal Margarita dirigirá el documental Focus group, everybody knows.

Y fue justo porque everybody knows que la costurera zafó del cortejo del chabón de la camisa batik. Todo el pueblo se lo advirtió. Ella se la daba de superada, de detectora de piolas y gavilanes, pero esta naifa no zafó por estar en otra, sino porque el pueblo es chico y el infierno está encantador. El galán le tiró con toda su artillería de poeta y maldito. Se esforzó duro y parejo, y hasta le dedicó unos versos públicos que ganaron elogios y aplausos en el bar “Tanguito”, ubicado en la calle más rock & roll nene del balneario. Ella, bombonazo de poco más de veinte abriles, lo miró, se mordió la comisura y le dijo, lo siento, no puedo beber de tus labios.

Sorprende que en estas arenas donde el hipismo y el beatnik pisaron fuerte, el desprecio y la indiferencia por la generación resaca estén tan extendidos. Si hasta Pasolini reconoció los encantos de Ginsberg cuando visitó Nueva York; y el mismo William S. Burroughs Jr. recogió alguna solidaridad, tras expresar su enojo contra el reviente amoral del padre que le jodió la vida, aunque poco trascendieran después sus textos autobiográficos.

Pero nadie es poeta en su tierra. Así que el chabón de zapas y riñoneras se tomó su tiempo y estudió a su próxima presa. Hazte fama, ya no hay siesta que te salve. Cuánto más extranjera, mejor, pensó. Lo que nunca sospechó es que una migrante acomodada, baldosa floja y veterana de alcurnia sería quién le daría su propia medicina.

-Ya sé, mi amor. Vos no querés que se piense en el pueblo que sos un fifí, vividor, lastre, larva. Ahí tenés, corazón, lija, pintura y pincel; y unos postigos divinos que están hechos un desastre. Después seguimos con el baño, corazón; cepillo, trapo y lavandina, yo te ayudo con eso, papu; y después seguimos con las clases de poetas beat. ¡A laburar, cariño!

Lijar y pintar. Pintar y lijar. Cepillo, trapo y lavandina. Ella le tuvo paciencia. Y él se esforzó. Y fue extrañamente feliz. Y tuvo miedo a esa felicidad desconocida que no era euforia y se producía por aspirar barniz. ¿No seremos demasiado felices?, se preguntaba el chabón mientras analizaba el significado de la palabra dignidá.

Y supo escribir los versos más bellos esas noches. Y ya no le escribió a la botella ni a la falopa ni a la resaca ni a la sado lencería ni a las chichis de Bukowski. No le escribió al desamor ni a la melancolía ni al vacío ni a la desesperanza. Esos días no lo inspiraron ni las ninfetas de Nabokob ni el lifestyle sesentoso ni la nostalgia grunge. Tan pronto fueron pasando las semanas y los meses, él se esforzó más y ya no se sintió ni solo ni triste en este mundo de mierda.

Un hogar lo había recibido sin prejuicios. Llegó a creer en el Amor en sus expresiones más cursis. Y tuvo miedo. Un día, sin tomarla ni beberla, se sorprendió dedicando poemarios a la real politik, a la opereta de los opresores y al teatro de los oprimidos. Reversionó versos anarco peroncho guevaristas setentosos. Escribió sobre la revolución, la dialéctica, el materialismo y el camino de la conciencia. Y se esforzó. Se esforzó de verdad. Y tuvo miedo.

¿Y ella?

Y yo le tuve paciencia y elegí creerle. O me dejé versear. Y él se esforzó, y me hizo el verso. Pero a cada nihilista le llega su sentido trágico de la existencia, y a cada idealista su materialismo fáctico de subsistencia. Y mi chabón de camisa batik no pudo más. Llegó el invierno. Y volvió vencido a la casita de su vieja. Comprendió su mal de vida. Frío, atlántico y melancolía, y una resaca beat que deviene grunge para un arrabalero sobrio y sin tango.

¡Pero que nos van a hablar de amor! Si fuiste mi juguete rabioso, mi guevara de ficción, mi amante de Fierro, mi poeta sin rima. Y no me lo dijo tu mamá, faltaba más; aquí todos lo saben. Es que en este pueblo que está de olvido y siempre flower power, no hay quien no haya compartido una juerga contigo, mi amor. Siempre fue tan sensible, tan dulce, rumorean mujeres de todas las edades. No sé qué le ven, murmuran los envidiosos. Muy inteligente, responden a guinches los que más te conocen.

Ay, escritor y maldito, perdido en este pueblo sin barrios, esta ciudad sin bondis. Ay, chaboncito de camisa batik, hippie y gausho; solo Dios sabe que pudiendo heredar la sabiduría de Fierro, la poesía de Girondo y las letras de Moris; elegiste la melancolía de Olivera, la prosa de Henry Miller y el lirismo de Solari.

Demasiado joven y vago para publicar, bastante vejete y verde para enamorarte y muy huevón para la zunga. Te cito textual. Debí creerte. No todo es verso en esta vida.
Y fin.

  • UN HOMENAJE
    Inspirado en el texto de Roberto Arlt “El hombre de la camiseta calada”, este texto es la primera expresión de un experimento creativo que propone rendir homenaje a amantes y amadores de las todas artes, el conocimiento, el movimiento y la vida.

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