Trece días antes del golpe de Estado, los salteños se conmovieron con el secuestro del ex gobernador Miguel Ragone
Lo de Miguel Ragone fue la piedra fundamental de la telaraña que se había empezado a tejer desde la muerte del presidente en ejercicio, Perón. Este año se cumplirán 42 años ininterrumpidos de democracia.
“Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas”. Este era el encabezamiento de la proclama golpista.
Juan Vicente Mentesana, el reconocido locutor salteño de la Presidencia de la Nación, le sacó lustre al timbre de su voz para darle la potencia que la ocasión requería.
El comunicado número 1 que se difundió por la cadena de radiodifusión rezaba: “Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento de las disposiciones y directivas que emanen de la autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones”. Firmado: general Jorge Rafael Videla, almirante Emilio Eduardo Massera y brigadier Orlando Ramón Agosti. Eran las 2.31 del 24 de marzo de 1976.
Para ese momento la presidenta María Estela Martínez de Perón ya se encontraba detenida en la residencia de El Messidor, en la provincia de Neuquén. Los golpistas ya se habían cobrado la primera víctima del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Se trataba del teniente coronel Bernardo Alberte, quien se desempeñó como delegado de Juan Domingo Perón durante su exilio en España. Un grupo de militares con ropa de fajina del Ejército irrumpió en su domicilio de la Avenida del Libertador al 1100, en la Capital Federal, y lo arrojó por la ventana del edificio delante de su esposa e hija. Fue la macabra respuesta de Videla a quien, en los días previos al golpe, le envió una carta advirtiéndole que la “inhabilidad de las fuerzas armadas para el ejercicio del poder político” había quedado expresada claramente “en tres desgraciadas oportunidades en lo que va del siglo”.
Con la lectura de los próximos comunicados, hasta el número 33, Mentesana logró aceitar su voz en consonancia con el tono enérgico de mando que utilizaban los militares en los cuarteles.
Empezaba así un largo y penoso proceso que se había instalado en el país, sin solución de continuidad, desde 1930 cuando el general salteño José Félix Uriburu derrocó al presidente radical Hipólito Yrigoyen.
Trece días antes de la asonada, los salteños se habían conmovido con el secuestro y desaparición del exgobernador Miguel Ragone. El 11 de marzo pasado se cumplieron 15.300 días de aquel suceso y hasta el momento se desconoce dónde están los restos del dirigente peronista, a quien la comunidad bautizó como el “médico del pueblo“.
Como ocurrió a lo largo y ancho del país, muchos salteños sufrieron las consecuencias de la maquinaria de matar que estableció el gobierno de facto. Uno de los casos emblemáticos fue la masacre de Palomitas ocurrida el 6 de julio de 1976, cuando 11 presos políticos fueron sacados del penal de Villa Las Rosas y los masacraron en un paraje de General Güemes.
Lo de Miguel Ragone fue la piedra fundamental de la telaraña que se había empezado a tejer desde la muerte del presidente en ejercicio, Perón. Los militares instalaron el terrorismo amparados por un decreto del gobierno constitucional que los facultaba a aniquilar a la subversión. Con el aval de este instrumento iniciaron una persecución sistemática contra las organizaciones guerrilleras, la que se extendió luego a familiares, amigos y conocidos de los militantes.
La lucha armada desplegada por la izquierda fue utilizada como caldo de cultivo para que los golpistas justificaran las torturas, los vejámenes, los secuestros extorsivos y la desaparición de miles de personas, además de la expropiación de cientos de niños que nacieron en cautiverio.
Tras la muerte de Perón apareció en escena la Triple A, creada por el tristemente célebre José López Rega. Sus escuadrones de la muerte pusieron en marcha una cacería humana de la izquierda y con ello el país se convirtió en un reguero de sangre y muerte. La situación se agravó más aún cuando la viuda de Perón, bajo la influencia de López Rega, destituyó a varios gobernadores, entre ellos a Miguen Ragone, en noviembre de 1974. Con una presidenta debilitada y un país en llamas, ningún dirigente político se animó a sofocar tanto fuego.
Si embargo lo que pasó a partir de ese 24 de marzo confirmó, una vez más, que los militares nunca estuvieron preparados para gobernar, sino para generar el terror entre sus compatriotas. Se cumplía así la premonición del teniente coronel Alberte en aquella carta que le había enviado al general Videla. Para lavar sus culpas, en 1982, las fuerzas armadas se lanzaron a la aventura de recuperar las islas Malvinas, pero la derrota que le infringieron los británicos las convirtió en la vergenza del país ante mundo. Fue el principio del fin de la última dictadura, que se mantuvo en el poder por casi siete años.
Los días aciagos y las noches lúgubres terminaron el 10 de diciembre de 1983 cuando el radical Raúl Alfonsín juró como nuevo presidente constitucional.
Fuente: El Tribuno