Momento Literario

INVIERNO PORTEÑO

Por: Quil Dick  

A los fines de este fragmento, voy a decir que era 1º de julio de 1986. Y que Ximona solo deseaba acostarse con él. O quizá besarlo hasta agotar salivas, rozarlo y mezclar sudores, alojarlo en su vientre bestial, y todo antes de que el sol primaveral de Buenos Aires transformara las sensuales conversaciones de luna en polvos frustrados, regresos sin pena ni gloria, fatigas de alcoholes baratos. O mejor, voy a decir que Ximona quería coger antes del amanecer o de alcoholizarse demasiado. Y que algo de aquello sucedió esa noche y, en beneficio de este relato, entre el deseo de ella y la penetración de él, también acontecieron intrigas, silencios, diálogos, avances, retrocesos. Refoule-ment.

Eran además cerca de las 3 am, pero del sábado. Para entonces Ximona era abstemia por instinto de supervivencia, born into a jonkie’s family, no había tenido más opción que desarrollar cierta jactancia de la prudencia desde  temprana infancia. Su Memoria la había vuelto la oveja negra de una familia que vivía de olvido y siempre gris; y en el país del no me acuerdo, su sobriedad era una maldición. Y sin embargo, o como consecuencia lógica, aquella noche, Ximona quebraría al segundo vaso de cerveza. Es que su amiga Mary Anderson (antes María del Carmen De la Vega, recién divorciada y repatriada de Londres) estaba entrenada en maratones etílicas, pub, pub, pub, y le servía una y otra y otra jarra sin compasión. 

Y así Ximona quebró, de boluda no más, como tantas otras veces. 

Lo cierto es que sentada en un rincón de aquel bar, escuchaba sentía la música cuya letra ya no era… cuando, de repente, de atrás de un montón de cuerpos difusos, se apareció él.

Jodida mezcla de marido ideal y amante fortuito, un vaso de cerveza en la mano, perfume a Jockey Club en la piel, y ninguna… ni una fucking banderita. Así llegó Astor. Y ni medio. Y menos cantando. Ximona ni sonrió y lo reconoció. Y como entonces fumar en los bares porteños era deber, las nubes nicotina auxiliaron oportunas al relato y su atmósfera. 

Mejor, sí.

Mejor si me levanto de la silla, pensó ella. Astor la saludó, que te vaya bien y hasta luego, y caminó cansado de buscar algún lugar en la barra entre solitarios convencidos, solteras invencibles, enamorados desatendidos, menganos de malasuerte, nariguetas meláncolicas y fulanas sin saber qué hacer. El paraje estaba encantador. El vaso de cerveza medio tibio, medio baboso. Y Ximona volvió a su silla. ¿Y Mary? Y Mary conversaba con unos chabones. Les contaba de su década de matrimonio con un junkie recuperado de la heroína, del exilio de Lepera y el último tango en Madrid, de la dama de hierro y las Malvinas en inglés, y el amante argentino que ya nunca volvería a ver. Mary seguía en la suya, cuando un cantor anticipaba el remate, digo el final de un tango: La burla de la realidad. Y el corazón me suplicó que te buscara y que le diera tu querer…

Entonces Ximona lo buscó y, tras un tropiezo sin caída, ya estaba frente a Astor. Y por supuesto, faltaba más, Ximona levantó su balón, y ambos brindaron por México y la mano de Dios, por el aniversario del Plan Austral y porque con la democracia se bebe, se subsiste y se puede… ¿Se puede?

Sueño e insomnio, destino y exilio, cómo es que recién te encuentro, cómo es que no escuché tu voz, camarada en letras, compañero en libertad, amante en insomnio, qué voces me habrán habitado, ensordecido tantas noches, y en la penumbra, te buscaba, como quien busca y no encuentra, y busca, hallazgo, quién quisiera tenerte se perdería el sosiego de tu mirada, quién encuentra morada en tu voz, refugio en tu melodía, un país en este exilio de arena ¡Te encontré! Ayer no más.

A Ximona el fútbol le interesaba casi menos que el alcohol. Reconocía que muchas veces Maradona la hipnotizaba como Jorge Donn y que las piernas del futbolista eran más bonitas. Astor le confió que el fútbol lo tenía aburrido que, en realidad, celebraba que el mundial hubiera terminado y se pudiera volver a temas menos deportivos. A él eso de hacer las cosas por deporte lo aburría. 

En el ocaso de la mañana, Ximona y Astor se encontraron compartiendo el sueño, y ya el sol del mediodía quebró las hendijas de la persiana para secarles las lágrimas de alegría que humedecen las mejillas de quienes descubren que han hecho el amor.

Y ahora que estaban frente a sí, y que eran dos extraños, se sintieron invencibles, se burlaron de la realidad, de los fantasmas y del invierno. Levantaron las persianas, el sol del mediodía se clavó directo en  el centro de la cama, y con un café brindaron por la ilusión y la fe. 

En el medio del odio me pareció que había dentro de mí un amor invencible. En medio de las lágrimas me pareció que había dentro de mí una sonrisa invencible. En medio del caos me pareció que había dentro de mí una calma invencible. Me di cuenta, a pesar de todo, que en medio del invierno había dentro de mí un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta”.(Albert Camus)

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