Sociedad

“Libertad” y obediencia digital: El experimento argentino en manos del poder invisible 

•Por: Rita Caliva.

En una era donde las emociones humanas parecen ser un estorbo para la eficiencia del sistema, apagar el sentir se convierte en una política no declarada, pero profundamente eficaz.

Hoy, más que nunca, se nos enseña a disociarnos emocionalmente mientras aceleramos artificialmente nuestra mente al ritmo de pantallas diseñadas para distraer, entretener y moldear.

Esto no es casual. Esta anestesia emocional es funcional a los intereses de una nueva arquitectura del poder global, dominada por algoritmos, inteligencia artificial, y una economía que prioriza el beneficio de unas pocas corporaciones por sobre el bienestar de los pueblos. En este contexto, el espionaje y la manipulación ya no requieren de espías con gabardina, sino de sistemas que analizan cada clic, cada reacción, cada deseo efímero.
Argentina no es ajena a esta lógica.

El gobierno actual, encabezado por Javier Milei, ha adoptado una postura de alineamiento casi total con los intereses geopolíticos de Estados Unidos e Israel. En nombre de la “libertad” y el “mercado”, se han desmantelado estructuras estatales esenciales, entregado recursos estratégicos y precarizado aún más a una sociedad ya herida por décadas de desigualdad.

Las llamadas “ministras de la muerte” —término que circula en redes para referirse a algunas funcionarias clave del gabinete— no son personajes aislados, sino engranajes de un proyecto que no busca gobernar para el pueblo, sino gestionar su empobrecimiento con una sonrisa tecnocrática. La educación, la salud, la cultura, son tratadas como gastos innecesarios en un Excel que no contempla el dolor humano.

Mientras tanto, Silicon Valley (o Cinconvaley, como ironizan algunos) sigue expandiendo su influencia global. Las pantallas que dominan nuestras vidas no solo entretienen: son las nuevas formas de vigilancia, control y modelado social.

La economía argentina —y con ella sus recursos naturales, sus datos, su soberanía— está cada vez más al servicio de esas potencias que ya no necesitan invadir para dominar.

En este nuevo orden, se reemplaza el sentido de la vida por sensaciones inmediatas, se impulsa una emocionalidad superficial que cambia minuto a minuto, y se entrena a la población para la desconexión colectiva. Nos volvemos consumidores de estímulos, pero no participantes del mundo. Apáticos ante lo social, indiferentes ante lo común, nos alejamos de todo lo que no nos proporcione gratificación instantánea.

Lo más alarmante es que este proceso no genera resistencia masiva, sino indiferencia. Estamos siendo adormecidos por entretenimiento a la carta, pantallas personalizadas y discursos que prometen libertad, mientras entregamos nuestras vidas —y nuestros recursos— al control de intereses que ni siquiera están en nuestro territorio.

Sentir, pensar, actuar con humanidad: esas podrían ser las formas más subversivas hoy. En un mundo gobernado por algoritmos, volver al vínculo, al pensamiento crítico y a la organización colectiva es más urgente que nunca.

Porque estamos siendo gobernados, sí. Pero no por quienes votamos solamente, sino por quienes nos programan.

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